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La gran batalla del dinero. Un edificio ausente porque sólo el interés de su puerta principal, acceso a los desmanes públicos, tiene la suficiente fuerza. Prisioneros del billete, allí donde lo hay. El emblema sigue dominando, extiende sus tentáculos para recibir u otorgar prebendas. Tengo sensación de escalofrío al ver cómo se consume en llamas todo lo que le rodea. ¿Qué sustenta el poder?, la riqueza y el abandono. El empobrecimiento moral pone barreras que ayudan a ignorar lo que es evidente. Todo está cimentado sobre el río de la codicia. La dureza de su mensaje se apoya en la belleza de su contenido. Un juego extraordinario de luz y sombra exalta los relieves de su fachada. En su primer tercio, tras el balcón, la figura sugerente, un estante o quizás la imagen estática del funcionario robotizado. En el medio, bajo dosel, la oscuridad de lo inaccesible. Finalmente, en tierra, la miseria recuerda la otra realidad. Misericordia al silencio, frío e ignorancia. Una obra que exige detenimiento, así se puede valorar su sentido. Al principio, equivocada. Nos acerca al mundo, no hay respiro. MONCHOLC, hasta hoy. Pág: 116. Dra. Abad. |
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