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Sentado, con los pies en la tierra, espera
sin impaciencia, deseoso y con la seguridad de que esto acabará.
Su persona se observa desde un plano inferior, los que la vemos sentimos su superioridad. Nuestra tierra está hundida y desde ella aparece imperturbable, en concentración. Sus manos se aferran a los pinceles, su verdadero y medio real para manifestar su pensamiento inalterado, su sentir, a pesar de estar atenazado por la pesada cadena del inmovilismo. Han cubierto sus ojos, su voz y manos están limitadas para manifestarse libremente, un candado lo asegura, cerrado por mano ajena que aún no pudo abrir. A pesar de todo, su paleta, que es portadora de todos los colores con los que su obra habla, ha mantenido siempre el espacio abierto a esa verdadera libertad que todos consideraron como estandarte de una nueva y codiciada aventura, de altos vuelos, que algunos dejaron perecer. La suya sí vuela y sí se traslada, mensajera de la verdad. No se ha dejado engañar por la vida acomodada, no ha perdido su esperanza en que la gran mayoría reconozca esa llamada y la haga propia. MONCHOLC, hasta hoy. Pág. 92. Dra. Abad |
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