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Mi chico
grande. Eras pequeño, pero suficientemente grande para que te sentaras en un sillón próximo al suelo. Habías dejado la altura que necesita el bebé para llegar a la mesa y no te ponías la correa de sujección. Estabas en una etapa de tu vida nuevamente maravillosa, ahora empezabas con una bonita capacidad de distinguir y valorar los acontecimientos que ocurrían a tu alrededor. Este cuadro me crea una pugna interior. Su maravilloso protagonista, dulce, tranquilo, bondadoso, marca su carácter en una clara negativa. Manifiesta, con la expresividad nada dominada por juicios previos, su rechazo. No llora, tapa sus ojos con las manos que, hasta ese momento, han sido el medio de reconocer su mundo exterior. Los niños son los más sensibles observadores. La pugna de la que yo hablo es mi rechazo a que podamos los adultos modificar ese mundo suyo intenso, dispuesto a mejorar. Es una llamada de atención, un decir no a la agresión, a los condicionamientos, a la grosería. Aún está por moldear pero exige su decisión para crecer. Tenemos que dejarle hacer. Te quiero, ojalá conserváramos tu sensibilidad. MONCHOLC, hasta hoy. Pag 90. Dra. Abad |
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