Amenaza tormenta, en un escenario de
oscuros nubarrones donde una ciénaga queda bien delimitada
hasta el horizonte por dos sogas.
En equilibrio medido al
milímetro quedan suspendidos, como si
de una marioneta se tratara, un carro,
bagaje bananero de un ogro bravucón y pendenciero,
tirado por una gaviota, inquieta ante
el acecho de esos reductos minoritarios
que hoy dominan.
Una mano, miembro amputado de un ser inexistente,
controla sus hilos mientras sufrimos, como observadores,
la agresión del que no desea ser reconocido.
Hacer el juego a los urdidores y mercenarios
suele ser motivo de perecer.
Dra. Abad
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